Naima
Llevo años sintetizando
el jazz y la música chilena. Desde mi primer disco Catorce hasta el último video q subí a Instagram que vengo intersectando
mundos.
Una vertiente de la investigación se ha dado desde lo compositivo e instrumental. La Orquesta del Viento y Peregrinos han sido los proyectos con los que he indagado los sonidos de Latinoamericana y Chile. La elección de los músicos, los colores de la instrumentación, los estilos ternarios, etc., han resultado ser buenos amigos de la mentalidad libertaria del jazz y de su hábito estructural.
Otro mar de posibilidades
se abrió cuando dispuse mi trío jazzero (guitarra-contrabajo-batería) al
servicio del repertorio local. Imaginemos usar el El Derecho de Vivir en Paz de Víctor Jara para efectuar el “plan standard”
sobre él, es decir, tocar la melodía de la canción, luego, improvisar sobre sus
acordes para, finalmente, cerrar con la melodía. Todo esto quizá cercado por
introducción y outroducción. Esta operación ha resultado gratificante, sobre
todo cuando ha contado con secuaces como el multitalentoso Carlos Cortés. Pero al
fondo de mi mente siempre han quedado preguntas irresolutas, un sabor extraño, la
sospecha de estar “agringando” lo chileno.
Si los africanos esclavizados
sintetizaron su raíz cultural con su realidad contigente en América,
inaugurando así lo afroamericano, entonces los chilenos podemos sintetizar
nuestras raíces e identidades con nuestra contingencia en América (que podemos
entender como Estados Unidos y su influencia cultural más allá de sus
fronteras. De cierto modo estamos “dentro” de EEUU). Inauguraríamos así, a
falta de un término mejor, lo “chilenoamericano”. Recuerdo al bajista Pablo
Lecaros hablando sobre la fusión, su grupo La Marraqueta, y acuñar el término
“latinoamaraucanos”. Para futuras divagaciones queda analizar nuestra
pertenencia a la gran cultura latinoamericana y la consanguinidad con el mapuche
que tanto determina nuestro acontecer.
Algún tiempo atrás tuve
una gran sorpresa cuando, estudiando y buscando luces en la afinación por “tercera
alta” - muy utilizada en el campo de Chile, también en Argentina y Perú -
descubrí que la composición Naima, del jazzista John Coltrane, quedaba casi
perfecta para tocar en dicho “finar”.
El saxofonista tenor
y soprano, compositor y líder John Coltrane revolucionó la música afroamericana
cuando llevó su nivel interpretativo e improvisatorio a alturas sólo
comparables al del bebopista Charlie Parker, o al de los virtuosos concertistas
clásicos. Embarcado junto a su mítico cuarteto en épicos conciertos y
reverenciados elepés como A Love Supreme, selló su trascendencia al comprometer
su música no sólo con el desarrollo estético del estilo, sino también, con una
profunda búsqueda espiritual y con la actividad política de los agitados años
sesenta, con sus contradicciones de posguerra, movimientos civiles, etc, etc...
Azuzado entonces por
la figura de “Trane” y su irrupción en mis divagaciones guitarrísticas, he
invertido el procedimiento antes descrito de combinación de música chilena y
jazz. En vez de tocar repertorio chileno a la usanza norteamericana,
interpretaré repertorio del jazz a la chilena.
El arreglo que oirán
es una reunión de tradiciones. Comenzará con el “Vals Punteado” de Charo Cofré,
más lento y aéreo que el original. Luego, el tema de Coltrane, que sin
verdaderamente proponérmelo terminó con ritmo de tonada. Para cerrar, se metió
por los palos “El Huacho José” de René Inostroza, otro vals tradicional que osé
colorear. El resultado vendría a ser algo así como un vals atonadado o una
tonada valseada.
Ahora bien, logrado un
buen resultado musical, ¡nuevamente me atacan preguntas! Por supuesto que el
lenguaje del jazz es global, el de la música, planetario, el del sonido,
universal. Entonces, ¿cuál es la obsesión con lo estilístico? ¿acaso no nos ha
hecho suficiente daño la tendencia a delimitar países, personas, credos? ¿Es en
este mundo globalizado y digital pertinente hacer operaciones identitarias?
Pues bien, la respuesta no es más que un sueño:
…Hay un chiquillo o
chiquilla que ahora tiene poquitos años, o que quizá está por nacer. Tocará
guitarra como los dioses, compondrá e improvisará de maravilla. Luego de
desarrollar su talento y trabajar lo suficiente, sorprenderá al mundo con un
nuevo estilo, una nueva forma de tocar. Acompañado por músicos tan buenos como
él o ella, y por un país cariñoso, guardián de su propia cultura y sus artistas,
instalará en el mapa de la música mundial la guitarra jazzera chilena. Junto y
tras de sí, generaciones de músicos navegarán libres y orgullosos los mares sonoros
de la tierra, creando a destajo, alimentando generosamente el alma colectiva…
No busco más que
dejar a es@ muchach@ un camino más ancho, un ejemplo que le sirva de
inspiración y una música que le ayude a transitar los misterios del arte y la
vida…
Aquí va mi visión del sonido coltraneano, transverberado por estas hermosas piezas de la gran tradición de la guitarra instrumental chilena. ¡A los y las guitarristas del futuro!
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